La cruda revelación de Luque: "Los milicos me secuestraron, me robaron y no me mataron de milagro"
El campeón del Mundo con la Argentina en 1978 reveló que casi lo matan un año después, cuando un grupo de militares lo interceptó, le robó el auto y lo llevó a un descampado: "Sentía que iba a venir el disparo, que iba a ser boleta", cuenta. Tiempo después, pudo identificar a quién lo había abordado, pero se negó a identificarlo por miedo.
(De la Redacción de DOBLE AMARILLA) Leopoldo Jacinto Luque hizo una cruda y, hasta hoy, desconocida revelación. El campeón del Mundo con Argentina en 1978 contó que, un año después, fue víctima de la dictadura militar y casi no cuenta el cuento.
"Al principio no dije nada por miedo, andá a saber, si estos loquitos me reconocen, saben dónde vivo, me vienen a buscar. Después fue pasando el tiempo y, qué se yo, lo tenía ahí como una cosa más. Pero me da bronca cuando dicen que salimos campeones gracias a la dictadura. Dicen que andábamos con los milicos y a mí los milicos me secuestraron, me robaron y no me mataron de milagro. Ya te digo: cuando empecé a caminar y a encarar para el descampado, en mi cabeza solo esperaba el sonido del disparo, el ‘¡Puum!’ que me matara", revela Luque, en una charla con "Clarín".
Ocurrió en 1979, en el Estadio Monumental. Mismo escenario del campeonato del Mundo conquistado, entre otros, por el propio Luque. En aquel momento, Luque jugaba en River. Dice que era un día de semana, cree que miércoles. Y que el entrenador de ese equipo, el mítico Ángel Labruna, había decidido cuidarlo para el siguiente encuentro.
"Fui a la cancha a ver al equipo, a mis compañeros. Era un partido de noche. Me acuerdo de que adentro me encontré con unos amigos, vimos el partido y cuando terminó, me despedí de ellos y fui a buscar mi coche. Yo en ese entonces vivía por Martínez. Iba solo. Agarré la avenida esa que es la continuación de Cabildo y ya cuando estaba cerca de mi casa y tenía que doblar, veía por el retrovisor que tenía un auto bastante cerca. Yo veía que aceleraba fuerte y se me pegaba", prosigue su relato.
Cuando el delantero dobló, salió de la avenida y estaba a 6, 7 cuadras de su destino, el auto de atrás también. Entonces, Luque se corrió hacia un costado en la bocacalle y cedió el paso. Ahí se invirtieron los roles y Luque quedó atrás. A la cuadra siguiente, el auto que lo había pasado se detuvo abruptamente. Y empezó el terror.
"Veo que se baja un tipo corriendo. En una mano levantaba una chapa de Policía y en la otra tenía una pistola. Se me acerca y me pide los documentos. Yo le dije que sí, que se los daba. No entendía nada. Los tenía en la guantera, dentro de un sobre. Y el tipo me amenaza: ‘Quédate quieto porque te arranco la cabeza de un tiro’. En ese momento, otra persona entró por el asiento del acompañante, abrió la guantera, agarró todos los papeles que tenía y se me sentó al lado", cuenta el delantero.
Había un auto más en la escena. Luque no lo había advertido pero estaba acompañando a los secuestradores. El futbolista viajó acostado en el asiento de atrás de su vehículo con dos asaltantes que lo llevaban sin rumbo cierto. Uno manejaba; el otro lo mantenía quieto y lo apuntaba con la culata de su arma.
"Yo estaba acostado atrás y lo único que veía era el reflejo de la luz de afuera. Hasta que quedó todo oscuro. Se habían metido por el medio de un campo, era una cosa terrible. El que me apuntaba, me decía: ‘no levantes la cabeza porque te la vuelo’. Hasta que en un momento indican: ‘Ahora bajate’. Y me bajé. Recién ahí me di cuenta de que estaba el otro auto que los acompañaba", rememoró.
Le dijeron "Caminá" y el jugador obedeció, pero fue hacia la Panamericana. Ahí lo frenaron en seco: "No, para el otro lado —le retrucaron enseguida—. No te hagas el pícaro".
"Y me fui caminando por el descampado. En ese momento apreté los dientes. Sentía que iba a venir el disparo, que iba a ser boleta. Caminé, caminé, había yuyos… Hasta que siento que se va un auto; me doy vuelta y era el mío. Y me quede ahí. Respiré", indicó.
Pasado el shock volvió a caminar hacia la Panamericana. No había manera de comunicarse con su mujer que lo estaba esperando en su casa y ya debía estar preocupada por la demora. Además del auto, le habían robado plata, una cadenita y un anillo. Intentó pedir ayuda en un cabaret que encontró abierto, pero se la negaron, alegando que no querían tener problemas con la policía.
Luque volvió a la ruta. Les empezó a hacer señas a los autos que pasaban hasta que uno frenó. "¿Vos no sos Leopoldo Luque?", le preguntó el conductor con miedo y sorpresa. Y lo llevó hasta la casa. Donde arrancó la segunda parte de esta historia.
Luque contó que fue a hacer la denuncia a "una comisaria a tres cuadras de casa. Me trataron muy bien porque me reconocieron”, recuerda el ex delantero. "¿Te apuntaron con un arma como esta?", preguntó el comisario y apoyó una pistola sobre el mostrador. Luque dijo que no sabía y alegó no conocer de armas. El comisario, incluso, llamó a otro policía que estaba adentro y lo puso frente al futbolista: "Mirá, vení. ¿Los que te asaltaron tenían el pelo así como él?". Cuando Luque confirmó el comisario diagnóstico: "Bueno, ahí está. Son policías o militares".
Dos meses después del secuestro, estaba concentrado junto con sus compañeros de la Selección en la quinta de José C. Paz, allí donde se forjó el primer campeón mundial de la mano de César Luis Menotti. El equipo estaba a punto de volar hacia Europa. Y, de pronto, un patrullero estacionó en la puerta y un oficial pidió hablar con Luque, "Creemos que encontramos el auto, tiene que acompañarnos a la comisaría".
"Yo ya no quería saber más nada —recuerda—. Me obligaron a ir y dijeron que había algunos sospechosos de haber sido quienes me asaltaron. Tuve que hacer el reconocimiento por una mirilla. Yo los veía, pero ellos no me veían a mí. Hasta que en un momento, cuando van rotando a uno de los sospechosos, lo ponen de perfil y me doy cuenta de que sí, era él. Y era un milico. Pero no dije nada. No sé, me dio miedo, pensé que sería peor", termina su relato de terror el delantero campeón del Mundo en 1978 y que casi no la cuenta un año después, en 1979.