Cebollitas y los Juegos Evita: pilares en la construcción de Maradona como astro popular
Antes del mejor jugador de todos los tiempos existió un "Dieguito". Aunque no parezca, todo contexto político y social es importante para el desarrollo de una persona. También lo es para el caso de un futbolista profesional.
“Yo me crié con amor, no no me crié con bicicletas, ni con asfalto y tampoco con patios de baldosas. Comíamos y dormíamos ocho en una misma pieza”, dijo Diego Maradona en una de sus últimas entrevistas, recordando aquellas épocas de tierra y zapatillas gastadas. ¿Cómo fue el proceso de Diego, antes de ser Maradona?
Esa frase la dijo meses antes de su muerte, en una larga y muy entretenida entrevista con Líbero, en la cual habló desde sus inicios humildes en Villa Fiorito hasta su lujosa vida en Dubai. Entre lágrimas, recordaba el cariño de Doña Tota y Don Diego en aquel barrio carencia donde comer era un privilegio, y donde salir de allí era una oportunidad entre un millón.
Maradona nació en una época de la historia argentina en la cual no se podía mencionar el apellido de Perón y tampoco se podía nombrar a Evita. Sus primeros seis años de vida fueron bajo una democracia tutelada, con el peronismo proscripto por orden del poder militar. Y con las caídas de Arturo Frondizi y Arturo Illia (sumado a casi dos años de José María Guido), empezaba uno de los procesos más feroces en cuanto a dictaduras.
El poder de aquel entonces limitaba la participación política y la presencia del Estado en sectores clave para el desarrollo de las clases sociales más necesitadas. Toda herramienta de transformación era vulnerada o directamente cancelada. Uno de esos instrumentos que encontró el peronismo para incluir socialmente fueron los Juegos Nacionales Evita, y a través de la competencia se fomentaban valores y se daba lugar a la formación de nuevos talentos. También era una especie de “censo juvenil” para conocer cómo y en qué condiciones vivían aquellos que aspiraban a ser deportistas profesionales.
Los Juegos Evita fueron proscriptos por los militares y volverían por un breve lapso entre 1973 y 1975, con la presidencia interina de José Héctor Cámpora y posteriormente el regreso de Juan Domingo Perón, que se encontraba exiliado en España. Otra vez regresaban aquellas competencias de desarrollo nacional y de oportunidad para muchos deportistas del Interior, que se vieron obligados a limitarse a las competencias provinciales.
Y allí estaba Dieguito, sin ser Maradona todavía -o sí, pero no el que todos conocemos- y con apenas 13 años. Según cuenta el periodista Guillermo Blanco en su libro “Los Juegos Evita: la historia de una pasión deportiva y solidaria”, Diego ya aparecía en distintos medios gráficos, aunque con su apellido mal escrito, desde “Maradonna” a “Caradona”. Eso sí, todos coincidían en el mismo punto: mostraba un talento descomunal y sorprendente para su corta edad.
El sueño de Cebollitas
En aquel entonces los clubes profesionales no podían inscribirse a los Juegos Evita, aunque en muchos casos lo hacían con seudónimos. Es allí donde se bautizaron los “Cebollitas” de Argentinos Juniors con una formidable camada de juveniles categoría 60’. Pero todos los flashes recaían en Maradona y esa “zurda atrevida” que despachaba rivales por el piso y que sólo se podía frenar a base de patadas y artimañas. Una de las personas que graficó a ese Diego fue Walter Temer, que posteriormente representó a Javier Mascherano: “Nos cambiábamos todos juntos y lo veíamos a Maradona y decíamos: este nos va a bailar. Todavía recuerdo la imagen de una patada en el pecho que le dio uno de los nuestros para frenarlo”.
Según consignaba el Diario La Razón en aquel entonces ese equipo llegaba a uno de sus primeros torneos con un invicto de casi 94 partidos y un dominio de jugo superlativo respecto de sus contrincantes. Pero también fue ese espacio donde Diego aprendió a perder y se encontró con sus primeras lágrimas futbolísticas. Una de sus derrotas juveniles más dolorosas fue cuando los porteños Cebollitas perdieron contra los “pibes de Pinto” de Santiago del Estero, en la clásica dicotomía entre Buenos Aires vs el Interior.
Según prosigue el libro de Guillermo Blanco, hubo un cruce de semifinales en ese partido que se terminó resolviendo desde los penales tras un 2 a 2. Tras la victoria de los santiagueños, el canto chicanero de los “pibitos” era “Capital, Capital; el cielo está cubierto; empiezan a llorar”. Y era el llanto propio de “Dieguito” tras una de sus primeras frustraciones, consolado allí por el doctor César Ganem -hermano de Walter Ganem, el entrenador-, quien le aseguró en un humilde palco de madera que “iba a ser el mejor 10 del mundo”.
Pero no fue la única, también sufrió derrotas en los años posteriores. De hecho en otra final de los Juegos Evita cayeron 3 a 0 ante un equipo de mucha diferencia de edad, e incluso Maradona fue expulsado de ese partido junto con otro compañero. Y tras frustraciones mediante, llegaba la tan ansiada recompensa: en otra edición del corriente año, Cebollitas vuelve a llegar a la final y esta vez se impone por 3 a 0 ante Misiones con un doblete de Diego.
En paralelo con todas estas historias de victorias y derrotas seguía su habitual carrera en las Divisiones Inferiores de Argentinos Juniors, también a base de goles, gambetas y sorpresas de muchos rivales que lo enfrentaban. Quizás los Juegos Evita no hubiesen cambiado la historia que ya conocemos de él, pero lo seguro es que fue otro aprendizaje de su vida para comprender mejor la realidad. Porque a pesar de la gloria, el dinero y la fama, siempre portó en su ADN el barro de Fiorito y el “potrero peronista” de los Juegos Evita.