Los Juegos Olímpicos aún no empezaron oficialmente y ya se logró un nuevo récord. Es que el partido entre la Selección Argentina y Marruecos fue el más largo en la historia olímpica. En este caso, el récord del bochorno.

A los 105 minutos de juego, Cristian Medina marcó el empate agónico para la "Albiceleste" y desato un desastre generalizado. Los hinchas marroquíes arrojaron proyectiles al campo de juego y un "petardo" al banco de suplentes argentino que milagrosamente no impactó en un integrante de la delegación.

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Al mismo tiempo, como ocurrió en varias oportunidades a lo largo de la segunda mitad, público del elenco africano ingresó a la cancha. A diferencia de anteriores oportunidades, que se trataba de un caso aislado y rápidamente interceptado por la seguridad, el gol desembocó en una marea de gente ingresando ante un operativo totalmente desbordado, dejando en evidencia las grandes falencias de la organización.

El conflicto pudo haber terminado ahí, aunque desafortunadamente no. Los futbolistas e integrantes de los cuerpos técnicos fueron ordenados a ingresar al vestuario, las cámaras televisivas solamente mostraban un plano abierto y alejado de los hechos y parecía que la calma había retornado. Argentina había empatado el partido, pero la preocupación pasaba por averiguar si nadie había sido herido en el caos.

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Una tensa calma invadió Saint-Étienne. Sin embargo, el correr de los minutos iba provocando incertidumbre y la falta de comunicación oficial por parte del Cómite Olímpico Internacional, a pesar de la postura de las delegaciones de finalizar el encuentro, llevaba a pensar lo peor. El tiempo, tirano como dice una frase célebre, no hacía más que mostrar que el papelón se estaba gestando.

Había transcurrido una hora del momento en que cayó el "petardo" al banco argentino. FIFA le pide al COI que de por terminado el partido, pero pesó la postura de la organización. Aunque el colmo todavía no había llegado. Nadie ingresaba en los vestuarios para informar una decisión, incluso Mascherano reconocería más tarde que "el árbitro (Glenn Nyberg) nunca fue al vestuario".

El bochorno se alcanzó en el momento en que un integrante del cuerpo arbitral le pidió a los futbolistas de Argentina y Marruecos que se preparen para retornar al campo de juego para hacer una entrada en calor. Luego de eso, el juez sueco iría hacia la cabina del VAR para observar la acción del gol y comunicaría la decisión final. A buen entendedor, pocas palabras. El offside se cobró, pero nadie pudo explicar cómo se puede terminar un partido tan desnaturalizado.

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En el estadio no quedaba un alma. No había nadie. Era una imagen pandémica, que solo se pudo lograr por la impericia, las falencias y el poco sentido común de los organizadores. El show debe continuar, pero ¿A qué costo?

En fin. Una hora y cincuenta minutos después de haber festejado el gol agónico, el mismo fue anulado por offside de Bruno Amione. Nunca, jamás en la historia una decisión se tomó tan a destiempo y con un contexto tan diferente al original. Igualmente, hay que decir todo: el árbitro dejó jugar casi tres minutos más. Vaya a saber quién apostó por ese criterio tan absurdo.

"Insólito", escribió Lionel Messi en su Instagram. Cuánta razón en tan pequeña frase. Los Juegos Olímpicos comenzaron a lo grande. Han sido noticia en todo el mundo, pero no por un salto espectacular, una carrera memorable, un golpe esplendoroso o una pelea inolvidable. Fueron noticia porque se logró un nuevo récord, el del bochorno.